Cómo permitirle a un corazón sosegar y apaciguar el goce incestuoso de los ojos y los oídos que, en razón de un cualquiera que se posa en voz y voto sobre nuestro camino, demanda una violación genital sin contacto, sólo a través del morbo de la mente retorcida que se esconde en el revés de esos párpados que muchas generalas maquillan de colores tan llamativos. Mi ilustrada decencia calmó antojos en las desencajadas aberraciones de un hombrecillo vulgar, que si mal no recuerdo, figuraba la entrada a la estación de placeres que sólo un igual podría ofrecernos. Ésta no es la divulgación de una lujuriosa experiencia, sino la declamación de un poema que conjuro sobre el recuerdo de un sueño… una ilusión que me acompañó cuando la locura, aquella que según dicen se esconde tras mi frente, visitaba los recónditos abultamientos de mi ingle, allá donde pocos han llegado, y donde todos hemos estado.
Carezco quizá de esa natural coherencia que debería acompañar cualquier texto, pero, embriagado en este desamor, en esta soledad que me recuerda que no es lo mismo estar viejo que marchito, que, el fenómeno de mi ira no es la tempestuosa frustración de tu partida, sino la crónica cobardía que me amarró a esta cama para dejarte huir donde la indiferencia que me caracteriza no pudiera lastimarte. Y entre la arrechera más absurda que lograbas visualizar en las continuas erecciones de mi pecado, le pido a Dios que me otorgue la razón suficiente para emprender un camino que me acerque a ti, sólo eso suplico, desentonar con mi egoísmo y derrotar la maldita manía que me aqueja, la adicción a la vagabundería que sin motivo alguno absorbe mi elocuencia y, sin previo aviso, emerge de entre la palidez de las paredes, cómo desprenderme de esa dualidad frenética que me mantiene vivo, cómo renunciar a una vida, cuando ésta es desconocida por todos, cuando la clandestinidad prohíbe cualquier acercamiento a la rehabilitación, cómo… cómo lograrlo en tu ausencia, cómo no arrepentirme de ser el canalla más débil y miserable, cómo deshacerme de una memoria prodigiosa que, lúgubre y maldita, me recuerda lo triste que estoy sin ti.
A quién tengo que dirigir mi llanto para que éste sea escuchado, cuántas veces debo suplicar perdón para que las cicatrices no caminen por mi cuerpo y me reduzcan a una sutil apología primitiva, dónde encontraré un amuleto orgánico capaz de vencerme, cuándo descubriré la verdad de mi existencia, cuando ni siquiera tolero la cruda pestilencia espectral que se dibuja cada vez que me arrimo al espejo, cómo valorarme lo suficiente cuando deposité mi razón de vivir allá: en la ternura de tu vientre, en la perfección de tu sonrisa, en la húmeda sincronía de unos besos caprichosos, en un cuerpo ajeno y esquivo…
No es válido que continúe jugando de esta manera con la única oportunidad que la madre tierra otorga a cada espíritu, nunca tendré justificación que me exonere ante la muerte, tras haber devorado cada gesto de amor que protagonizabas, para después desecharlos como los pañuelos con los que hoy seco mis lágrimas… basta con decir que la plenitud de mi fascismo virginal fue la actuación que debí adoptar como estilo de vida, en lugar de arrodillarme ante la agitada tentación que sin reparos invadió mi ego.
Jose Acero (marzo/2013)